Co-autor de las ideas




 Una copa se acomoda en la esquina de una mesa de madera en tonos claros. Cristalina, lisa, luminaria bordó en tres dimensiones. Es la cuna de la espera un apoyo necesario que se entrega a los propósitos del que carga la tinta, aguardando los tiempos del paladar.

 Las tensiones del escritor se resguardan en su frente, arrugada y roja por la fricción constante de sus manos, consumiendo energía interna y externa para forzar el caudal creativo atrapado entre la ansiedad y el infaltable bloqueo.

 Ante el sufrimiento que es parte de la constitución de la escritura innovadora, la copa asoma sus atributos entre nubes grises que se alimentan del cansancio mental. Se entrega compasivamente a la sed. Se viste de gala y derrama el ardor de su piel sintiendo el valor del acto y de la naturaleza, en la naturaleza de otro.

 Matrimonio en estado líquido.

 La saciedad invierte las cualidades a su estado original: la frescura de la mente y el constante ardor puro de los taninos es una danza en complemento. Pasos cruzados en pareja.

 Un cielo y una tierra. Una escena como el aire de la ventana y la máquina que imagina sin feriados. O como si la copa llevara el flujo de mis venas.

 El trago esporádico es segunda mano. La primera le pertenece al punto inicial que mueve la pluma.

 Si la danza es una conversación, y la conversación una danza, entonces toda complementariedad acompasada es una conversación, y una danza.

 El vuelco a la hoja desnuda se profundiza en la catapulta (no compulsiva) del vino. Una mezcla en medio del silencio. Dos naturalezas distintas conversan, y redactan, una tercera.

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