Ya no conozco lo ridículo de no conocer [COLUMNA DE OPINIÓN*]



  Asomarnos y vivir en el mundo es parecido a una carrera de postas. Lejos de ser un proceso donde prime la quietud o la decisión de esperar, es una dinámica que en el mejor de los casos, te mantiene a la expectativa en cada pisada. Pero subrayo que sea similar a una carrera de postas (o de relevos) porque no sólo es un círculo en movimiento, sino que aquello ya está establecido. No somos Adán, no somos Eva, estrenando terrenos novedosos; somos piezas adherentes a un sistema de vida preestablecido por antecesores, donde heredamos una forma de comportarse, de hablar, de comunicar. Ni bien “caemos” en la pista atlética de la vida, ya tenemos un anterior corriendo a toda velocidad con la única intención de traspasarnos el Testamento: la herencia cultural en todos sus aspectos. Y combinado con la dinámica de la realidad, lo más común es que una generación repita tal cual están los patrones de conducta que recibió, y al ritmo de la carrera, se esfumen las chances de detenerse a observar qué llevan en sus manos.

 Y es en el arte de observar donde los espejos se activan y las monótonas carreras a ciegas ponen en pausa los patrones que se ejecutan con automaticidad. Se verán muchísimos aciertos que se manifiestan en buenas costumbres. Aunque no sea lo único que se deje ver por aquel ocasional espejo. También aparecerán fallas. Fallas que se vienen arrastrando en nosotros como identidad social, y que han calado hondo sin que nos demos cuenta. La ignorancia ridiculizada ha sido (y es) una de ellas.

 Desde chicos somos educados al miedo de la ignorancia. De todo podemos avergonzarnos, pero subyace en la conciencia colectiva que jamás debemos quedar como ignorantes delante de la gente. Ese es el problema fundamental: diagnosticamos como problema un estado de la vida, y así cada realidad antes de ser observada, es condenada por solo existir. Aunamos ridiculez e ignorancia. Las hacemos sinónimos. Y allí radica el imposible de desear una sociedad con conocimiento. La ignorancia (la de todos) se erradica con el deseo del ignorante de querer conocer. Clausurar el saber con risas ridiculizantes ante las peticiones de quien desea descubrir lo ignoto es contribuir al decrecimiento social.

 En neurología y psiquiatría, se ha identificado algo llamado Ecolalia, un síntoma característico de distintos trastornos psicológicos como el autismo, la afasia y la esquizofrenia. Este consiste en la repetición involuntaria de palabras o frases, dichas por otras personas, provocado por alteraciones y lesiones que afectan a las estructuras cerebrales implicadas en el lenguaje, en las conductas imitativas y en la inhibición de la conducta. Lesiones que pueden provocar síntomas como el ya mencionado, catalogados como ecofenómenos, es decir, conductas imitativas que se producen sin control consciente.

 Detenerse a observar la realidad pone bajo relieve nuestros actos, puros y totales, tanto los buenos como los malos, y esfuma la mentira, la ficción de creernos “adelantados”, “superiores”. Destruye todo el imaginario de sabernos compasivos, y muy orgánicos socialmente hablando. Y aunque nuestras conexiones cerebrales y nuestra psiquis no reparen algún daño, hacer eco de lo que dijo otro de manera inconsciente y sin pensarlo por un instante corrompe nuestra honestidad, y nos coloca un sello que condena a la sociedad al estancamiento intelectual.

 El avance de una sociedad en cuanto a sabiduría se establece en buena parte por la presteza en la trasmisión de conocimientos de los que la componen. Y lo más importante: identificar aquella falencia y corregirla es la base necesaria para la construcción de una sociedad que tendrá herramientas en la participación política. Porque: quien conoce más, tendrá más razones para tomar una postura ciudadana en contraataque a las amenazas modernas para sus convicciones.

 No le neguemos a nadie la oportunidad de saber. Si no está en nuestras manos aquel saber, sepamos decir: “NO SÉ”. Demostremos lo sincero que debe ser una persona ante lo desconocido, y qué importante resulta demostrar que no nos avergonzamos de desconocer, porque no existe ridículo para un estado de la vida como la ignorancia. Ridículo sería creerse sabio por miedo a no serlo ante los demás, o negarle el conocimiento a quien lo requiere cuando lo somos. Al fin de cuentas, según los momentos, todos estamos en ambos lados de la vereda. Lo indispensable es mantener los lazos enriquecedores del trato humano: aquello que sé, no lo sabe el otro; pero también hay cosas que no sé, que el otro sabe. En esa necesidad y saciedad mutua se edifica el amor por un saber social. ¡Qué sería si unos no compartieran lo que tienen, y otros no pidieran lo que no poseen!




*Columna de opinión cultural, publicada en un diario digital argentino el día 20 de Junio de 2020, previamente estipulada para el Día de la Bandera. El diario atraviesa cambios estratégicos en la plataforma, por lo que muchos artículos quedaron `fuera de escena´. Ante esta situación, decido asegurar la redacción en este sitio.


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