Una huella en el corazón
“Las personas que miran lo que la mayoría ignora son las que han sido
parte de las enseñanzas más duras de la vida”
Un caldo hervía en su cabeza. Los tiempos nocturnos no le
otorgaban un descanso reparador debido a la simple y extraña razón de saber que
volvería al día siguiente a la institución. Sumergido en los tratos insalubres
de sus compañeros, contaba los minutos
que se disolvían parsimoniosamente por su cabeza. Razón para levantar el ánimo
no existía. Aquellos maestros, inentendibles y crudos, generaban un ambiente de
tensión, un aula dividida entre los aprendices y ellos. Él se sentía agobiado,
la situación lo superaba. Compañeros de piedra, extraterrestres en su mundo
terrestre, se manejaban aparte. Un panorama sin esperanza alguna, por lo menos
para aquel niño, de pasar de grado sin verse afectado por tanta incomprensión,
en un lugar que consideraba ajeno y distante de la enseñanza.
En medio de un contexto oscuro, que discurría en su
normalidad, se intercepta con un aliento de vida, un apoyo, una verdadera
enseñanza: comenzaban el año con nuevo profesor, y se presentó la nueva
docente, dulce, cariñosa, sonriente, que desde que puso un pie en aquel salón
de clases impartió enseñanza en esencia, pasión por la profesión ¿Qué era aquello?
¿De dónde provenía tanto amor a la explicación? ¿Qué la motivaba a encargarse
de que absolutamente todos entiendan conceptos, consignas….y de llevar a la par
a cada uno de sus alumnos? En medio del asombro, raíces de esperanza y alegría
desprendían de él. Con el paso del tiempo, toda la clase caminaba por otro
rumbo; uno diferente al de los años anteriores: ya no era un descontrol (o por
lo menos, no en la clase) y ahora a la maestra no la veían como aquella
autoridad que impone miedo, que no se le entiende y que sólo se ajusta a la planilla
académica. Esta vez, los niños fueron afortunados. Las tizas dibujaban y no rayaban; las palabras se pronunciaban, y no
se gritaban; y los exámenes eran corregidos y no tachados.
Él nunca se olvidará de este episodio: El sonido del timbre
daba lugar al recreo. “No se queden en el aula, aprovechen y despejen un poco
la mente” decía la profe. Él no quiso. No le veía sentido salir al recreo, no
en su realidad. No tenía con quién charlar, y le aburría recorrer la escuela o
simplemente sentarse en el pasillo. Todos salieron. Pero Yanina, LA docente, se
acercó con ánimo de preguntarle algo. Él seguía concentrado en garabatear una
hoja, con los ojos perdidos en los trazos, con la cabeza y hombros encogidos.
“¿Estás bien? ¿Por qué no querés salir al recreo?” fueron las dos preguntas de
Yanina que introdujeron una interesante y divertida charla, en lo que duró el
recreo, donde aquel niño se sintió seguro, y pudo comentar sus razones, y por
supuesto, soltar alguna carcajada.
Todo el resto del día se preguntó en “qué le provocó a la
profesora acercarse y preocuparse por mí…” Sin dudas, nunca había visto el gran
alcance que puede tener un docente, un apasionado por la tiza y el
pizarrón; aquellos que no les importa
“perder tiempo” en repetir algo que no
se comprendió. Y esa fue la duda y la posterior enseñanza que se llevaría para
siempre.
Algún día entró Yanina a dar clases, y a su espléndida
sonrisa le agregó un look rubio en su cabello, y luego de que una alumna le
alagara por ello, dijo: “La vida me
sonríe”.
Pasó tiempo, y este niño ya adolescente, estando en un viaje
se enteraría de la triste y dolorosa noticia en un portal periodístico: Yanina,
su profesora en la primaria, había sido víctima fatal de un choque
automovilístico en una ruta. Y sin poder creerlo, su mente se llenó de
recuerdos, de valores y de grandes enseñanzas por parte de la “dueña de la
tiza”. Entre sonrisas por recordar y lágrimas por ver, en un profundo silencio,
sintió que aquellas enseñanzas hacían un eco en sus inexpertos pasos. Que la
dulce voz de sus consignas ahora sería eterna en sus propias palabras.
Con el paso del tiempo, se enteraría de los caminos duros
que tuvo que pasar la docente en su adolescencia siendo víctima de una
organización que, con chantaje, la privaría de libertades fundamentales,
reduciéndola a servidumbre, atrayendo adeptos para exprimirlos psíquicamente.
“Las personas que miran lo que la mayoría ignora son las que han sido
parte de las enseñanzas más duras de la vida”
Las experiencias de su maestra harían que ella no permitiera
que nadie se sienta solo, ni aún en los recreos. Aquel niño que fue se
encargaría de recordarle las maravillosas clases de Yanina. Un dolor pasó por
ella; una huella dejó incrustada en los corazones de esos niños. No rehusó a
ver adolescentes que le recordarían la dura etapa de su vida, sino que,
haciéndose fuerte, se dedicó a enseñarles dándoles el amor y la libertad que
ella no pudo disfrutar.
Yanina ya no camina por los pasillos de preceptoria, ni por
el salón de clases, ahora es parte de sus alumnos, los que fueron sus
aprendices. Ya no está para dar aliento al quedado ni para invertir su recreo
en conversar con el tímido y solitario, ahora aquellos que recibieron esas
muestra de amor serán vivos portadores de amor y contención.
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