Una huella en el corazón


Un texto en homenaje a Yanina Lofvall

“Las personas que miran lo que la mayoría ignora son las que han sido parte de las enseñanzas más duras de la vida”

Un caldo hervía en su cabeza. Los tiempos nocturnos no le otorgaban un descanso reparador debido a la simple y extraña razón de saber que volvería al día siguiente a la institución. Sumergido en los tratos insalubres de sus compañeros,  contaba los minutos que se disolvían parsimoniosamente por su cabeza. Razón para levantar el ánimo no existía. Aquellos maestros, inentendibles y crudos, generaban un ambiente de tensión, un aula dividida entre los aprendices y ellos. Él se sentía agobiado, la situación lo superaba. Compañeros de piedra, extraterrestres en su mundo terrestre, se manejaban aparte. Un panorama sin esperanza alguna, por lo menos para aquel niño, de pasar de grado sin verse afectado por tanta incomprensión, en un lugar que consideraba ajeno y distante de la enseñanza.

En medio de un contexto oscuro, que discurría en su normalidad, se intercepta con un aliento de vida, un apoyo, una verdadera enseñanza: comenzaban el año con nuevo profesor, y se presentó la nueva docente, dulce, cariñosa, sonriente, que desde que puso un pie en aquel salón de clases impartió enseñanza en esencia, pasión por la profesión ¿Qué era aquello? ¿De dónde provenía tanto amor a la explicación? ¿Qué la motivaba a encargarse de que absolutamente todos entiendan conceptos, consignas….y de llevar a la par a cada uno de sus alumnos? En medio del asombro, raíces de esperanza y alegría desprendían de él. Con el paso del tiempo, toda la clase caminaba por otro rumbo; uno diferente al de los años anteriores: ya no era un descontrol (o por lo menos, no en la clase) y ahora a la maestra no la veían como aquella autoridad que impone miedo, que no se le entiende y que sólo se ajusta a la planilla académica. Esta vez, los niños fueron afortunados. Las tizas dibujaban y no rayaban; las palabras se pronunciaban, y no se gritaban; y los exámenes eran corregidos y no tachados.

Él nunca se olvidará de este episodio: El sonido del timbre daba lugar al recreo. “No se queden en el aula, aprovechen y despejen un poco la mente” decía la profe. Él no quiso. No le veía sentido salir al recreo, no en su realidad. No tenía con quién charlar, y le aburría recorrer la escuela o simplemente sentarse en el pasillo. Todos salieron. Pero Yanina, LA docente, se acercó con ánimo de preguntarle algo. Él seguía concentrado en garabatear una hoja, con los ojos perdidos en los trazos, con la cabeza y hombros encogidos. “¿Estás bien? ¿Por qué no querés salir al recreo?” fueron las dos preguntas de Yanina que introdujeron una interesante y divertida charla, en lo que duró el recreo, donde aquel niño se sintió seguro, y pudo comentar sus razones, y por supuesto, soltar alguna carcajada.

Todo el resto del día se preguntó en “qué le provocó a la profesora acercarse y preocuparse por mí…” Sin dudas, nunca había visto el gran alcance que puede tener un docente, un apasionado por la tiza y el pizarrón;  aquellos que no les importa “perder tiempo”  en repetir algo que no se comprendió. Y esa fue la duda y la posterior enseñanza que se llevaría para siempre.

Algún día entró Yanina a dar clases, y a su espléndida sonrisa le agregó un look rubio en su cabello, y luego de que una alumna le alagara por ello, dijo: “La vida me sonríe”.

Pasó tiempo, y este niño ya adolescente, estando en un viaje se enteraría de la triste y dolorosa noticia en un portal periodístico: Yanina, su profesora en la primaria, había sido víctima fatal de un choque automovilístico en una ruta. Y sin poder creerlo, su mente se llenó de recuerdos, de valores y de grandes enseñanzas por parte de la “dueña de la tiza”. Entre sonrisas por recordar y lágrimas por ver, en un profundo silencio, sintió que aquellas enseñanzas hacían un eco en sus inexpertos pasos. Que la dulce voz de sus consignas ahora sería eterna en sus propias palabras.

Con el paso del tiempo, se enteraría de los caminos duros que tuvo que pasar la docente en su adolescencia siendo víctima de una organización que, con chantaje, la privaría de libertades fundamentales, reduciéndola a servidumbre, atrayendo adeptos para exprimirlos psíquicamente.

“Las personas que miran lo que la mayoría ignora son las que han sido parte de las enseñanzas más duras de la vida”

Las experiencias de su maestra harían que ella no permitiera que nadie se sienta solo, ni aún en los recreos. Aquel niño que fue se encargaría de recordarle las maravillosas clases de Yanina. Un dolor pasó por ella; una huella dejó incrustada en los corazones de esos niños. No rehusó a ver adolescentes que le recordarían la dura etapa de su vida, sino que, haciéndose fuerte, se dedicó a enseñarles dándoles el amor y la libertad que ella no pudo disfrutar.

Yanina ya no camina por los pasillos de preceptoria, ni por el salón de clases, ahora es parte de sus alumnos, los que fueron sus aprendices. Ya no está para dar aliento al quedado ni para invertir su recreo en conversar con el tímido y solitario, ahora aquellos que recibieron esas muestra de amor serán vivos portadores de amor y contención.

A Yanina la vida ya no le sonríe, pero sí, cuando la tuvo, les sonrió a sus alumnos, y ahora sus alumnos serán los que tendrán una sonrisa pintada al estar ante otros niños. Y simplemente, con un mate en la mano, una tiza, o un teñido de pelo, dirán: “la vida me sonríe” Porque habrán entendido que las piedras en el camino no están para esquivarlas ni ignorarlas, sino para sacarlas en beneficio del que vendrá.


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