En la sepultura de estas calles
Circulando los desiertos habitados, la huella frágil impresa en la memoria. Solo un paseo tan común como ir de compras me fue necesario para asir el vacío, beber de las sombras. Entre gotas tardías por lluvias pasadas mis pies trazan la ruta, sin prever el impacto de salir de la cueva. Hasta cerrar la puerta que me precede, podía intuirlo. Pero la experiencia de ver el paisaje pasados tantos años, un paisaje tan ordinario, tosco, invisible para la programación humana que busca todo lo sorprendente, ha sido como estar en una fila donde hay pocos pero la recepcionista es demasiado lenta, y ver la fila colindante repleta de gente, que acompasados, pasan y pasan sin mucha espera. Las calles solitarias transportan toda la sangre a la cabeza en una búsqueda de la explicación de lo que ves, y también, cómo uno encaja en la película.
Calles aturdidas por el abandono. Son cuatro líneas en común por un aroma, cuadrado gris desprendido de los giros del mundo. Una respiración profunda delata su estado hemodinámico. Se siente fácilmente en sus rincones, en sus baldosas, en las plantas que recubren las paredes, el maullido constante de la orfandad. En sus techos, en sus casas. No hay sensación de proximidad más certera. Pegado a la arquitectura. No podría transmitir los silencios que ella me transmite, porque solo de primera mano se perciben, y se asimilan. Siempre parado degusto mejor el horizonte, calmo él, calmo yo, sometidos a una conexión sin intermediarios incitada por un vuelo de la imaginación que me hace -en algún momento- cerrar los ojos y que mi respiración rebote en el pecho de mi amado barrio. Una manzana no simplifica las experiencias, pero sí me da la idea de que hay una temporalidad que no tiene feriados, ni vacaciones, ni se enferma, ni tiene familiares que fallezcan, nada. Circular por lo ordinario y aprehenderlo como extraordinario congela la discordia, abraza la memoria, combina lo que fue con lo que es, divide a las personas de lo inerte para conquistar la reliquia irrepetible que descansa en las compuertas de un pensamiento. Me deja suspendido en ese tiempo inmutable, y me da de comer con interrogantes cuando deseo ir al fondo de una imagen. La historia se asienta en la comunión de muchos. Asimismo, camina en la misma dirección en la que caminamos nosotros. Afortunadamente, ella tiene algo en su bolsillo que le da valor: el tiempo. Y cuando nuestras piernas se aflojen y no resistan la aventura, allí estará la historia para cargarnos hasta nuestro descanso eterno. No nos donará lo que trae en su bolsillo, pero sí nos dará su bendición, y continuará con su viaje. Somos una parte de tiempo y una parte de historia. Pero en algún instante de lo que vendrá, seremos además de todo eso, la indiferencia del tiempo y el buen deseo de la historia.
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