El último rayo de sol
Una taza de té a la orilla del sol, zigzagueando tareas prolongadas, esquivando ruidos circulares que atornillan la cabeza contra la impaciencia, girando las naves hacia un mismo punto ubicado en el mapa de la mente, sintiéndome completamente ajeno a los discursos y a las mímicas de una portada infraordinaria. Es una conversación sin palabras donde los labios saborean las escuetas reflexiones del ambiente y la boca mastica en la incomodidad, los lazos asfixiantes de la honestidad.
Siempre pienso que, cuando un mundo incomprensible invade nuestro mundo en movimiento, aquel enfrentamiento más allá de dejar ruinas en la banquina, protagoniza un contraste tan alto en la búsqueda del entendimiento que todo se reduce a un formato imaginario, el plano de la reflexión nos lleva a desentendernos de la materialidad que conforma la totalidad, en favor de entender los circuitos que habitan en el silencio de nuestra realidad. Los conceptos, las justificaciones, toda exploración no física se roba la atención del entorno físico. Y esa concentración involuntariamente extremada, es la que habita en el último rayo de sol esparcido en el cristalino ocular, dejándose atrapar por la piel, la solidaridad de la naturaleza. Por eso juego con sus reflejos y sus sombras, la regulación térmica y el desequilibrio de su potencialidad. Todo está ahí, para el simple acto de observar sin saberse observado. En su vuelo, el misterio, es accesible. Trato con lo superior sin ser superior. ¿Acaso alguna vez estuvimos tan cerca de la vida y la muerte como cuando nuestro pies sienten la tierra y nuestros ojos conversan con el cielo? La dualidad de existir y no existir es como la contemplación de un paisaje que se basa en la no posesión de él. Las posibilidades de traspaso son infinitas, y en ese tramo, somos espectadores. O puede ser como la temperatura de este té, que desde su origen comenzará a desintegrarse, a retroceder hasta volverse parte del silencio. Juego con lo que veo siguiendo su extinción, acompaño los pensamientos hasta su deceso. Pero siempre alguno me sale al encuentro, porque todo ser cognoscible jamás deja de ser activo. Es el resultado de dos mundos que cohabitan en su misma respiración. Cuando callan los labios, el ser habla consigo mismo en la mente. Cuando se aleja de la mente, ejerce en el terreno tangible. La pasividad llega cuando corta su respiración. La pasividad es muerte. Acaricio los bordes tibios de la taza, los ojos leen sin ver letras. Sorbos introspectivos; el té refugiado en paredes de porcelana se degenera por manejar los tiempos, habitará en el manicomio de la infusión. Inmerso sigo, loco para quien me quiere desatar de los campos desolados, gigantescos, despoblados, e insertarme en el bullicio de la confusión, en la exaltación viciada del sonido. Perdón, construir sobre un castillo de naipes no es lo mio. Calzarme las botas desvencijadas del conformismo no combinan con estos atuendos. Dejame disfrutar de la elección. Busco algo más que la satisfacción sensorial que te hace no quitarte la vida. Si un rayo de sol silencioso me conmueve y despierta, entonces todos los días estaré aquí, para descubrir lo que hace vivir, para desactivar las coordenadas infestadas de animalidad conductual y escarbar en los campos extensos del pensamiento. Pienso en pensar.
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