La puntería nos aleja de la posición






 Discurre el hachazo en el corazón del tronco difunto ilustrando la virulencia de la utilidad. Nubes de polvo en tonalidades anaranjadas expiran en un viaje irregular y desconocido, sofocando el descanso de una trente recalentada y sudorosa. Las astillas rebeldes resbalan sobre el esfuerzo ejercido pisando cansancio. A la refrigeración natural la interpela, la oscuridad inhóspita que lo rodea. Sin regulación, terreno árido para una "zona asegurada".

 Todo sucede en un hachazo. Se cambia el bronce por el oro, Se mueven las fichas y el leñador no se entera de la jugada. nada se interpone entre la potencia del tiro y la mirada que lo vigila, aunque en ello se pierda una táctica del drama para vencer y pagar la desatención. Un solo movimiento impulsado por la intención recae en un punto para estrellar con violencia la conquista, en múltiples direcciones.

 Todo ocurre en una gota de sudor, en el segundo donde las neuronas se exigen y nos separan del tiempo. Cuando el hacha da inicio y se halla en el aire, allí es cuando más aislados estamos. Es el control propio por el descontrol exterior. ¿Quién podrá atreverse a ensayar el golpe atemorizante atendiendo la aceleración de un automóvil que cruza velozmente a nuestras espaldas?

 Estamos en una constante que atenta nuestras manos, nuestros pies. Miramos lo que navega por delante. Y ante este condicionamiento natural, se le suma la amenaza de quien no esquivó las suyas y ahora persiguen nuestra nuca.
 Pendientes de nuestras acciones, desprovistos de la corruptibilidad de otros. Es como sortear un campo minado con los pies y un cielo eléctrico con la cabeza. Nunca sabemos si el arma que inició en nuestras manos terminará en nuestro poder.

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