La reclusión inhumana de estar sin pertenecer

 


 Desarraigados de un lugar, aculturales.

 Son el génesis del apocalípsis. Materia humana sin pertenencia. Conducen cada partícula a una teocracia esclavista donde la Patria se relega y ocupa el lugar una dominación constante de abstracción, donde se reconocen ajenos a todo lo que no rodea su credo.

 Aspiran incansablemente a la reducción de la materia, de los deseos, descuidando sus propios principios.

 Son cuerpos vacíos sin claustrofobia. La resina que vive del azar del viento, destinada a perecer oculta del sol.

 Por sus labios se deshacen suspiros fastidiosos, síntomas de sus contradicciones existenciales, que los asfixian al respirar, porque se respiran a sí mismos.

 Quienes accionen su fe pisando la tierra, se verá dentro de un contacto a través de la confianza. Pero los que utilizan un credo que los vuelve páginas en blanco, sin historia, sin tierra, sin costumbres, sin memoria, se atan de manos y pies, en espera de una redención particular, y desean penetrar la atmósfera a través de la inseguridad, y no la confianza.

 Ambos son impulsos. Activan movimiento. Uno abre la trascendencia, otro toca la extinción y oculta la verdad.

 El vacío en su totalidad los perturba, y los sumerge en un panorama conflictivo, donde la santidad debe ser protegida y no la logran encontrar en ninguno de los que están cerca suyo.

 Iracundos de la soledad. Ajenos de su propia tierra. Tergiversaron el camino de sus ideales, y la extensión de los mismos se reemplazó por la exclusividad idiota que rige un pacto obsoleto, sin vigencia, modificado.

 Corean el clamor de un cumplimiento profético. En la espera quieta de ser sustraídos se levantan cada día. Es el deseo de la muerte su mayor anhelo. Se cansaron de vivir rodeados de imperfectos. 

Están a segundos de que las lágrimas se justifiquen por una pregunta al cielo no contestada. De desistir en el eco de sus creencias unidireccionales. De romper sus acuerdos por una consecución de decisiones forzadas.

 Desligarse de lo que nos rodea es anomalía cancerígena que deteriora el alma. Porque somos la conjunción de alma y cuerpo, y todo lo que choca contra nuestra alma afectará al cuerpo. Pero asimismo, todo lo que corroa el cuerpo en su vinculación afectiva y participación cultural como identidad, será la muerte paulatina de nuestra alma. 

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