El choque entre el pasado y su reprobación
Traza una línea para redirigir la nave, girar el timón y correr detrás del iceberg. Es que las inmutables aguas de su sendero lo convierten a él en un gigantesco hielo inmóvil. Pero tiene el auxilio (aún en la cauterización de la razón) para la parálisis que encadena sus pies: Destrucción. Los interventores no existen en la embarcación. Cada minuto perdido es la victoria de la nada. Hace falta inclinarse por la brusquedad que despierta y despabila. Un sacudón que implosione en el enquistamiento. Una aterradora ola que empape la sumisión del sinrazón, empujándolo hacia atrás en un choque seco contra la turbulencia de las fosas.
La condena del ahogado, pelear contra sus limitaciones y tragar su propia composición, en cantidades incalculables. En el tiempo final se agudiza la memoria de las decisiones y la tragedia pasa a ser un enorme timón carbonizado sobre la garganta de su angustia.
La película se corta. Cesa la imaginación del trágico cierre. Despiertan los sentidos del capitán atrincherado en proyectar su deceso y le da giro ignorante en reacción al porvenir desgraciado. Rosca potente, valentía de inclinarse a otra dirección para dejar de saborear la amargura adormecedora de un presagio de caducidad.
Explota la daga de la orientación furiosa, combate la resistencia del suelo marítimo. La energía la da saber que el mapa le conducía a un encuentro con los restos inertes. Se entrega ciego, al impacto de frente. Ninguna partícula que le conforma se detiene. La destrucción como reinicio ha capturado su esperanza. Pasó a conferirle la posteridad sin reparos.
Quizás esa entrega signifique las sensaciones internas sobre la pasividad como muerte. La momificación de un recorrido desprovisto de germinación. causa y efecto, la movilización de un sentido que se hace presente, en alguna medida, en lo que nos recubre.
Silencia sus palabras para acumular certeza destructiva, suspender la distracción opulenta. Todo lo que él es apunta de manera uniforme y directa a la explosión de lo que es. No hay pasos intermedios ni respuestas que contrarresten la velocidad de la resolución. Absolutamente todo lo que le pertenece está reducido a este acto. La estampida como salida. La persecución descarnada a la espera del desenlace. Una apuesta a quemar los papeles y beber de la reprobación propia para desear el formateo.
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