En la incomodidad de lo indefinido
Una brisa cautiva del tempestuoso futuro
que niega repetirse en la polución de un eterno presente
congela la sangre, aprisiona las expectativas auténticas
del gentío odiado.
Zumbidos inexactos donde resuenan la esperanza y la
incertidumbre despegan en conjunto, pisoteando cada timbre
impasible. Desconciertan con una maniobra invisible, tosca
en sí misma; ambicionan el poder de la atención.
Brusquedad y caricia, el golpe de la ilusión en la
normalidad, que desaparece y se esfuma con la desaparición
del refugio del arte. El rincón literario, cuna exótica de la crítica,
reducto minúsculo de razón, atrae la explosión de una turba acéfala,
camina en constante finitud por la incomodidad de una simple
existencia.
Nos quitaron las armas, entregaron a la hoguera el resguardo de los
días sin tinta. Hicieron trizas esa figura tallada que acomodaba el
manantial de una fuente, el recorrido circular de las aguas del
telón superior. El privilegio de ser cobijo de los ciclos de la naturaleza;
hoy le robaron a la naturaleza, al mismo pensamiento.
Hoy se camina sobre su huella, pisa la gente el suelo de una esperanza
perdida. El rapto de lo imprevisible.
Nos deja ahorcando la conciencia desconocer la posteridad de
la tierra fértil de las letras, su ausencia en nuestros días.
El rompecabezas no se ha completado. Buscando la alegoría
me podría despistar, profundizando un dolor incompleto.
Sin ser preciso recurro a la usurpación disimulada de la
sorpresa, que intercepta lo abrupto y lo potencia. Pero
también puedo acercarme a lo más invisible de lo
común, y describir muy livianamente esta realidad, como lo
pueden ser los pasos inaudibles de un vagabundo, sabiendo que
no encuentro la talla ni la medida que describa fielmente la pérdida.
Eso sí. Me queda claro que la difusión no se ajusta a la grandeza de
la labor, mucho menos de la persona. Esto sea quizás la única certeza
entre tanto vacío inexplicable, incómodo, equidistante con la velocidad
del pensamiento en el recuerdo de lo que pasó y lo que nos dejó.
Vivir en lo indefinido nos hace pensar con el corazón
y sentir con la mente. Revuelve la percepción, estrangula la
continuidad para dejarnos entre un pasado innegable y un futuro
taxativo. El estupor eterno, inhalación constante sin exhalar nada
porque no hay cómo llenar la imprecisión que se sostiene de una
exterioridad.
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