Veo que no me ves





 [Texto producido en contexto del Cuarto Mundial de Escritura, bajo consigna]


Si los pasos anteponen las decisiones más trascendentes, entonces la rigidez de los cuerpos exclama la incógnita de seguir, de sentirse en el túnel a la luz de la noche totalmente solo, hallando la miniatura de lo que en principio, fue una gigantografía compuesta por uno y otro. Un paisaje perfecto que implícitamente gritaba unión eterna. Allí te veía, en la niebla de tus rencores con la humanidad; en el arco iris que despertaba a carcajadas tu curiosidad en la ventana de estos pasillos. El despertar del sol era mi despertar, por iluminar tu piel en la compañía invisible de mi sonrisa. El abrazo de aquella luna a la vista de las pequeñas ventanas del cuarto era el aviso inconfundible para recogerte entre mis brazos. Brindarte la protección que hoy yace ante la indiferencia de unas paupérrimas decisiones. Contención y seguridad fueron los atributos que me permitieron conquistarte; me diste la responsabilidad de sostener el apreciado vínculo de tu vida íntima. Tus ojos se posaron en mí, en un espiral de un futuro lleno de historias y aventuras, plagado de confianza unidireccional en consecuencia de saber que en mi naturaleza no habita la traición. Serte absolutamente fiel es parte de mí. Y vos, en ese encuentro infinito que formalizaron los años, me diste la maravillosa venia para que mores en mí. Para desgracia de estos lugares, hoy todas mis intenciones de tenerte quedan condenadas por la misma fidelidad con la que un día me elegiste. Soy rehén de la humanidad, testigo silencioso de la vida, torpe sentimental en la imposibilidad de lo que no me pertenece. Objeto en subordinación del sujeto, que por causas incognoscibles hoy describe los hechos en la apropiación de una cualidad humana. No hay relatos que llenen mis oídos para convencerme de que he invertido tiempo al lado tuyo, ni datos que te convenzan de que tus rumbos hoy desplazan del plano mi existencia, la tuercen por el desinterés que le muestran a mi constancia, haciéndola vil, desdichada, incompatible con los individuos. Los días develaron el abandono que mi piel sufre, sigue en lo frío del abismo como habitáculo sin señal de inquilino, como el mismo vacío sin proyectos hechos carne, como tristes cuadros legendarios colgados en los rincones sin huéspedes que reaviven la llama de los mosaicos, llenos de historias y percepciones que lo lleven a recorrer tiempos y culturas sin mover un pie. Las gotas de las lluvias han derramado en mí lo que no puede deslizarse de mi dolido corazón. Sobresalen por todos lados la tristeza de un adiós sin despedida. Tus actos se fundieron con mi realidad en un gris solitario, en copiosas telarañas de desamor y la suciedad de esta ruptura abrupta se acumuló en las esquinas de cada recoveco propio. No ha quedado nada sin teñirse de lo oscuro de darle la espalda a la cuna que te forjó como persona; tus primeros pasos los dabas conmigo, hoy esos mismos te llevan lejos de mí. La bondad de presenciar la crianza del ser humano; la aflicción de escuchar las duras palabras de la madurez, sin un ápice de conmiseración. El frío pinta situaciones que luego el viento se encarga de culminar, en disposición de una comunión total con la desolación que se proyecta por los pasillos que amplifican el vacío crudo de mi existencia, hoy incongruente con mi naturaleza, y con la dirección de quien transitó por mi piel.

Comentarios

Otros Textos

Ya no conozco lo ridículo de no conocer [COLUMNA DE OPINIÓN*]

Una huella en el corazón

Camuflo las palabras