Hacia donde van las cenizas
En las cenizas viven comunidades enteras de
lo que en algún momento fue un ente. Esparcen con ellas la materia vinculada al
círculo de actuación limitado. Se roza lo inverosímil por aparentar un sólo
gris liviano, tasado en el significado de lo que se ve, no en lo que logra
escarbar los escombros, para mostrar a la luz la diferencia de acabar como
excremento del fuego o como viajero del viento. Las cenizas son la memoria del
tacto o de la vista, sienten el paseo en el ambiente si se los considera inicio
de una catarata. Caso contrario, llanto desbordado de las víctimas del reloj que
le harán pisar la cumbre de las cascadas. Vociferan los caídos en polvo finito,
acuden al despertar de los silencios en cabañas aisladas de vida como también
en hoteles de paso, foros con mucho movimiento y crudos callejones de invierno
repletos de gente con necesidades hechas fines. No logran traspasar un mundo
diferente; del mundo caído en la eternidad llaman a toda voz al terreno
fluctuante y temporizado. No son lo que creen, desean ser lo que no creen que son.
Incómodos. Forasteros sin ancla de rastrillaje. Sueño ligero en crecimiento no
será nunca una probada de vida en estado más puro. Me sincero. La miel directa
al paladar es la cuota de comprobación para negar la eficacia de las
intenciones melifluas. Y entre intenciones exageradamente irrealizables es
donde se abre paso el azar, la fortuna. Son ese sueño ligero, que bajo la lupa
permite mirar en múltiples direcciones, y decir: "el génesis de mi
aventura será si y sólo si los sueños de las cenizas caminan por el viento a un
final desconocido". Creando figuras antropomorfas todo lo desvanecido se
hace familiar. Ilusiones que abrazan el callejón sin salida. Cada peldaño que
subo para ver el sol pronostica a estos ojos caídos una noche mucho más oscura,
fría, de murmullos escalofriantes. Y allí convive mi tranquilidad y la negrura
agobiante de inmolarme por verme más arriba. Adhiero los conceptos de abandonar
los colores y matices, formas y estructuras. Figuras, planos, máquinas y
millones de sentimientos. Rehúso a contentarme con la disolución de todo,
abruptamente; de los cambios sustanciales, todo de golpe. Trastabillar en estas
escenas traicionaría mi palabra y lo que tengo para decir. Situarían a 180° de
mis dichos, mis actos. Caer en la indescriptible nada debería poder atenerse a
un campo de observación. No tocan ni se le acercan las gráficas o las
ilustraciones, mucho menos un abecedario que se retroalimenta, funcionando como
combustible para viajar hacia allí. Pero, ¿Por qué se piensa? ¿O estos recursos
evitan encajar en las neuronas que se lo planteen? Preguntar y preguntar lo
único que están logrando es confusión más confusión. No se sostiene un lápiz
entre dos dedos y quieren enlazar una o dos ideas en cada pestañeo. Debe ser
eso que lo tiene intranquilo y no tanto la sospecha de elegir un camino para
las cenizas. Queda una propuesta como única alternativa: que una cabeza quemada
sea el motor primario en conseguir la respuesta a la nada. La nada como vía
apresurada de caer al precipicio, o como las ondas y silbidos del viento que
distribuyen de manera multiforme a las cenizas de una materia con rasgos de
inmortalidad.
[Texto producido en contexto del Cuarto Mundial de Escritura, bajo consigna]
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