Un viernes para la vida

Sombras de un árbol de noche


 Un viernes para la vida se presenta ante los mortales

como fuente de agua en el desierto árido y tosco

un paso más sin beber de él sería ingenuidad mortal

ignominia del sacrificio, subestima el costo.

El dolor del caminante clama por piedad

no considera rezago ante energías incompletas

en el desgaste por sinuosos valles

apoyará la cabeza en la tranquilidad de unas mesetas.


 Un sol asedia la intención de seguir en pie

a miles que intentan «pensar en frío»

aunque en ese ejercicio necesario

detengan sus pies en un desvío.

Desvío para el espíritu, lejos del rabión,

volver a sentir el suspiro de vivir

en el apacible descanso de sus fuerzas

en el canto de lo que rodea, sin intervenir.



 Unos pasaron carreteras polvorientas,

algunos atravesaron calles ruidosas,

otros rodearon escombros en recovecos,

y otros tantos se cansaron sobre baldosas.

Nadie escapó de un «lunes zombie»

ni de un martes en la cápsula de la responsabilidad

siendo la costumbre de la disciplina

pasos evidentes de la vitalidad.



 Es que no se manifiestan los latidos

sin movimientos que los produzcan, en repeticiones diarias.

Cada paso cansino deja las huellas de una muerte,

consumada por la evidencia de una vida esforzada.

Teniendo certezas y dudas al recostarse sobre un árbol,

desembocando en la profundidad de la noche;

con anhelos y frustraciones

con aciertos y reproches.


 En siestas espontáneas, indeterminadas,

recorre el río que despeja la propia noción de un mañana manso

desinteresado en lo que vendrá, olvidando lo que pasó,

la existencia del ayer se disipa en la conciencia del descanso.

"¡Un viernes para la vida!" gritan los mortales

que en avejentadas vestiduras saborean una gota de agua,

mientras se dejan llevar por la marea de la noche,

expectantes del porvenir, sabios del vivir.

 


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