Un gris silencioso
Ventanas teñidas de un gris ocasional influyentes en cada latido, mil maneras de combinar el rompecabezas de la ciudad. Los pasos se renuevan pero no se distingue la novedad en el silencio de las paredes, húmedas y monocromáticas. La sinfónica pasarela de automóviles lucen acompasados en pocos momentos del descanso del sol. Entre vigorosos árboles que destilan hojas secas, una simulación de algún viento sureste parece tropezarse antes de traspasar a los peatones. Aunque siempre está el líder y el más potente que anuncia su llegada con delicadas campanas solemnes antes de levantar hasta la más perezosa hoja crujiente y desdichada.
Es caminar por el pasillo de casa, definitivamente, aunque esas veredas desiertas con baldosas defectuosas no se parezcan ni nos recuerden a aquel dulce hogar. Porque la suma de sensaciones desbloqueó la posibilidad de regresar sin hacerlo. Porque la ligereza al pasar por estas calles sólo es comparable con una sola: rondar por casa. Y porque no existen muchos lugares en los que se pueda salir mentalmente de la multiconexión social, y posteriormente caminar mirando edificios y semáforos «filosofando» o generando dudas y posibles respuestas, como lo solemos hacer en el patio con un café en mano, una playa con una revista o en una exposición artística.
Sumergido en un pequeño dibujo en una garita, la distracción es por un puesto de diarios vacío pero abierto. La fuente de agua no para de arrojarme maravillas de la vida, secretos, dudas, preguntas, aseveraciones, reflexiones para bien y moralejas oscuras, aunque no suceda lo mismo con aquel muchacho que sólo la usa como asiento para otros asuntos. Un templo amarillo, banderas en los balcones, grafittis ilegibles e incontables persianas captan mi desatención. Supongo que todo es parte de lo gris del pensamiento, la brújula callada que gira sin norte, el tesoro de desatender los pasos largos e ignorar los tropezones con una simple carcajada. Ya saben, después de todo, estamos dentro de nuestro dulce, silencioso y simple hogar. Y mientras un ruidoso coche quiera manotear a las masas, las manos son cortas para llevarse la visión de los parsimoniosos con engranajes aceitados que tienen demasiadas dudas en la cabeza, y muchos ojos en fuentes de agua ordinaria, como para dar oídos a la novedad.
Autor: Jonathan Quispe Z.
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