Mares sin límites
Ahí estábamos, los cuatro arriba de la barca, pensando cómo nos iba a alcanzar. Porque, sinceramente, no vimos cerca de la orilla ningún medio de transporte. Quizás solo quería pasar un tiempo a solas, y luego…pediría prestada una barca. Pero bueno, nosotros nos encargamos de hacer nuestra parte, al fin de cuentas, él es el maestro.
Ya nos encontrábamos cansados de tanto remar, y para peor,
no sabíamos nada de él. Miraba hacia atrás y no lo veía. Nos alejábamos más, y la
orilla del mar y los árboles colindantes se achicaban el doble. El cielo se oscurecía,
los vientos se enfurecían, y las aguas, consecuentemente, se agitaban en
desmedida. Yo, no quería preocuparme demasiado mirando atrás, esperándolo, ya
que era clave mi esfuerzo para salir adelante en medio de esta situación
adversa. Nadie hablaba, solo se concentraban en remar para sobrevivir a la
tempestad, mirar las aguas chocando contra las laderas de la sencilla barca que
nos contenía. La noche tomó protagonismo notoriamente. En ese contexto, me asustó
por largo rato cómo podía terminar aquello.
A medida que me rompía los brazos en salir de ese mar a
salvo, al igual que lo hacían ellos, no podía evitar que mi mente imaginara el
fin de mi vida, de la vida de todos, y que la historia marcara el comienzo de nuestro fin retratando lo
que vivimos, si es que le interesamos. Recuerdo levantar los ojos, y mirar un
cielo oscuro; bajar la vista, y contemplar una barca golpeada, que resistía
casi vencida la intromisión del agua en ella; y también me acuerdo ver a los
lados, y que la inmensidad del mar, los fuertes vientos, y las enormes olas,
nos apabullen. Todo este contexto logró profundizar una idea en mí, aquella de
la que me aferré toda la vida: la de no afrontar proyectos por temer de su imposibilidad.
Así como la tempestad me hacía pensar en el fin de mi vida, ése punto final a
mis días me hacía pensar en lo que no logré enfrentar, de los miedos (como los
que sentía en ese momento) a los que les abrí paso, para que culminen con cada
emprendimiento, con cada proyecto, y todo
para mantenerme en un piso seguro que delimitaban y separaban lo posible de lo
imposible.
Estábamos casi por desistir, ya no nos daban las fuerzas
para seguir remando, cuando se acerca algo. Parecía que estaba flotando, por lo
que no dudamos en gritar y enloquecer con lo que veíamos. Espantados y
temerosos, nos grita su identidad: era él, que caminaba sobre las aguas como
quién no es subordinado por las ineluctables leyes de la naturaleza. Y es ahí donde
mi cabeza “explotó”. Un hecho sobrenatural que no me entraba en la cabeza, aunque
lo estaba viendo con mis ojos y presenciando con todos mis sentidos.
Algo se me ocurre en ese instante. Creo necesario ir
hacia él y comprobar con mis pies que lo que estaba viendo no era irreal…y tal
vez, estos mares soporten mi peso.
Él me lo permitió, así que intente poner el primer pie en
el agua. “Me he vuelto loco” me dije a mí mismo, pero aun así, sentía que lo
necesitaba hacer. Coloco el otro pie, siento la fortaleza del agua, y cerrando
los ojos, me suelto de la barca.
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