Hoy, después de la guerra
En nuestras guerras uno siempre quiere ganar pero la verdad es que nuestra conciencia se limita al presente, y si bien es una gran ayuda para enfocarse, llega un momento en el que esas voces molestas callan, y terminada la rencilla, nos abruma tanta claridad respecto del día después de la guerra. En un momento la algarabía cesa, y no es porque nuestro corazón también, sino porque significa que llegó el mañana. No esperar el albor de un nuevo día luego de la guerra es perderla anímicamente. Y hoy nos encontramos de pie luego de vencer. ¿Qué pasa si tenemos el itinerario vacío? Si ganamos creyéndonos perdedores, ¿Cómo seguimos?
Abrimos los ojos
después que pasamos nuestros propios conflictos. Corroboramos que hay vida después
del terremoto. Sí. La alborada acaricia nuestro rostro dándonos señal de vida,
es entonces que pedalear con una sonrisa hasta la llegada que nos hemos puesto.
Sin embargo, para otros, bajo la misma premisa de victoria inesperada, sienten “columnas
de plástico” en su mañana. Se dan cuenta que tenían el dormitorio al lado del
ring. Una agenda llena de peleas. Su mismísima vida giraba en derredor de conflictos.
No pueden respirar si no están enredados en duelos y peleas. Aun así, se dedicaron
a ensillar tantos caballos para la batalla que luego de terminarla, no
encontraron futuro en sí mismos. Las casas con columnas de porcelana se vienen
abajo, los matrimonios con estructuras basadas en la riqueza económica también,
el amor fundado en mostrarlo sólo en los días que me va bien, igualmente se
caen. Y las vidas dependientes de guerras y riñas, lo mismo. Tan vacíos se
sentirán, que al terminar una rencilla seguramente comiencen otra. Parecido es
lo que le ocurrió al personaje del escritor Joseph Conrad en uno de sus
escritos que describe de manera formidable:
“El general
D´Hubert se encaminó a su casa con largos y apresurados pasos, en modo alguno
edificado por el sentido del triunfo. Había vencido, sin embargo, no le parecía
haber ganado mucho con esta victoria. La noche antes había sopesado de mala
gana el riesgo de su vida, que le parecía magnífica y digna de ser preservada {…}
Ahora que su existencia estaba a salvo había perdido repentinamente su
magnificencia especial {…} ahora distinguía su verdadera naturaleza. Había sido
sencillamente un paroxismo de orgullo delirante. Así pues, para este hombre,
calmado por el victorioso resultado del duelo, la vida aparecía desprovista de
su encanto, simplemente porque ya no estaba amenazada”.
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