Seis y media de la tarde. Ya estamos en invierno y el sol
no se toma mucho tiempo para marcharse a otros pagos. A este horario y estación
la noche asoma con libertad y amplitud. Por estos lados sigue la ronda de
mates, sigue la charla y la buena onda en casa, o sea, en mi verdadera casa.
Vine de visita desde la propiedad de mis viejos (donde vivo actualmente) aunque
no me queda tal lejos como imaginan.
Se empieza a lavar la yerba. Como está tan interesante la
conversación con mis copados hermanos, pongo más agua para el mate y sigo con
la cebada; por supuesto, es tiempo de cambiar la gloriosa yerba. Pero bueno,
así como me meto tanto en la conversación, de lleno, también pierdo noción del
bendito tiempo. Eso no me suele ocurrir, pero cuando me pasa reacciono como
siempre: dejo todo lo que tengo en las manos y salgo disparado hacia el celular.
Cuando veo la pantalla del Smartphone me tira <<siete de la tarde y un
minuto>> Ni bien pienso en esta data salgo vehementemente a fuera para
encontrarme con alguna claridad de parte del sol, o por lo menos una luz que
disimule que está iluminado el regreso, pero no. Solo se observa la tenue luz
que desprende la diminuta luna que se asoma en el cielo. Esto solo me da la
reacción de preguntar a ver si alguien de mis hermanos necesita ir con los
viejos, así vamos juntos. Nadie lo requiere. Estoy destinado a cruzar tres
cuadras para llegar a mi actual hogar. Sí, tres cuadras. Las más cruciales y
tenebrosas cuadras, suficientes para que transite un chico con un pasado en ellas.
Una historia que dejo marcas en mi piel, como la de dos colmillos y la extensa
mandíbula de algún can que, no hace muchos años, quiso tatuar en el anterior de
mi muslo izquierdo.
De manera que vuelvo en sí, guardo el mate como esté,
también el termo, mochila encima, saludo y salgo rápidamente antes de que el
cuadro sea más complicado que el actual. Cada instante de retraso un rayo del
sol deja de trabajar para irse a otros sitios del mundo, por lo que decido
partir hacia “casa 2”.
Avanzo a pasos
medidos y muy cortos, tratando de no provocar ningún ruido que despierte a
alguna “bestia” con ganas de intimidar a la gente buena. Metros adelante paso
por al lado de una señora de edad avanzada, abrigada de pie a cabeza, que
apenas gira para ver quién cruza por su delante. Con tan poca luz en la cuadra
y yo todo de negro, seguro temió en su seguridad y por eso bajo la velocidad de
la caminata. Estoy por llegar a la primera esquina, de alguna manera suspiro.
Ya pasé la primera prueba. Por acá, por suerte, los perros duermen (o puede ser
que por el frío estén refugiados) Sigo avanzando, de un lado hay tres personas
charlando, uno con barbijo, dos con ganas de exponerse. No tengo mucho tiempo
para pensar, debo concentrarme. Se me ocurre seguir por el borde de la calle
pero me acuerdo de que de ese lado hay muchos, muchos perros sueltos, así que
mejor cambio de vereda. A medida que camino se me congelan las piernas. Me vine
abrigado pero el frío no se reservó nada. Ya estoy por la avenida, acá si hay
luz, pero del otro lado es la antítesis. Contrastan más que mis viejos. No
puedo quedarme, tengo que seguir. Noto demasiado silencio. En principio ayudaba
a que esté atento por si algún can quisiera sorprenderme, pero ahora es un
silencio que aturde. Ya estoy llegando a la última esquina y me acuerdo que
unos vecinos por acá dejaban un perro negro suelto, y por la tarde peleó con el
mío. Traté de minimizar el ruido de mis pisadas, pasar desapercibido. Camino y
me fijo. No hay perros en la costa. Continúo y ya estoy a media cuadra de casa,
en la recta final, y aunque no lo creas, es la más difícil de todas. De la
parte de enfrente viven los peores perros (me refiero a que son muchos,
sueltos, y ladran demasiado. Ya hablamos con los vecinos pero a veces se les
escapa alguno, o algunos). Ahora sí parece que floto en el espacio. Lo peor es
que hay una especie de cañas que tapan mi visión sobre ellos. No sé si caminar
viendo o concentrarme y mirar el objetivo: la puerta de casa. Ya estoy llegando
y tengo un nudo en la garganta. Estoy a metros de la puerta, cuando escucho un
ruido. No sé qué tipo de ruido pero mi cabeza ya imaginó un ladrido, y todo mi
cuerpo pega un sacudón de miedo que dilatan mis ojos, girando la cabeza para
cualquier lado. Vuelvo la cabeza hacia la puerta y veo a mi hermano. "¿Estás bien" pregunta. Mi cuerpo entero se relaja y contesto con alivio: " ahora sí ". IG: @soyjona_10
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